martes, 11 de diciembre de 2012

El deseo del sirviente



            Todo sucedió un día de otoño, en el reino de Andalacía. Era un lugar perfecto donde no se pasaba hambre y se desconocía la falta de dinero e la infelicidad. Andalacía contaba con robustos árboles que separaba el castillo del pueblo.    


            Al mediodía, un infeliz sirviente de la reina caminaba por el bazar. Él era un hombre pequeño, gordo y ambicioso. Odiaba a su reina, ya que consideraba que todos los pueblerinos podían tener más dinero del que él tenía. Por eso tenía  un deseo: ser rico y poseer todo el dinero de la aldea, que los sirvientes hicieran lo que él pedía. Pero lo que deseaba profundamente, era no escuchar a la odiosa reina. 

            Todo esto pensaba, hasta que un brujo lo interceptó en su camino, diciendo:
            -Entonces quieres ser rico, yo puedo hacer que lo seas.-
            Extrañado y un poco asustado por lo que había escuchado, el sirviente respondió:
             – Sí, quiero ser rico. Más que nada en el mundo, ese es mi deseo.
            - Muy bien, entonces solo tenés que firmar este pequeño papel y tu deseo se hará realidad. Pero con una condición…
            - Haré lo que quieras, pero solo haceme rico.
            El apresurado sirviente tomó el papel y lo firmó sin saber cuál era la condición que el brujo pedía. Cuando terminó la última letra, todo desapareció. 



           El bazar y el brujo ya no se encontraban y el pequeño sirviente apareció situado en la puerta del palacio.
            Enojado, el sirviente fue a buscar a su reina para pedirle que ejecutara a ese estafador brujo. Pero cuando cruzó el umbral de la puerta todos le hacían una reverencia y una mujer vestida de sirvienta se acercó a él
            -¿Desea algo señor?-
            -¿Señor?- Se preguntó el sirviente, desde cuando le preguntaban si deseaba algo.
             Cuando la mujer levantó su rostro el sirviente la reconoció. Era la reina



            El brujo no solo lo había hecho rico sino que lo había hecho rey de todo el Estado.
            Los meses pasaron y el sirviente, convertido en rey, trató de hacerse cada vez más rico, dejando a los pobres aldeanos sin un centavo para comer, ya que los impuestos aumentaban progresivamente.
            Hasta que un día, los guardias del reino trajeron como prisionera a una mujer que no había pagado los impuestos y adeudaba dos meses. Cuando se la llevaron al rey, él la reconoció inmediatamente.  Era María.
            María estaba más vieja y delgada desde que él la había visto por última vez.
            -¡Oh María! El dinero y el poder me han hecho olvidarme de vos. Pensaba el apenado rey.

            De inmediato ordenó que asistieran a esa extraña mujer y que le avisaran que a partir de ese día viviría con él.
            María, cuando escuchó esto, se negó
             –Prefiero morir que vivir con un miserable como usted.
            El sirviente dolido y triste, alegó:
             – Muy bien, entonces está en libertad señorita.-



            María se retiró y el sirviente se prometió que volvería a recuperarla de nuevo.
            Al día siguiente, el mensajero del rey tocó  dos veces la puerta y, cuando María abrió, le entregó una canasta llena de comida y una bolsa llena de oro. María decidió dar la canasta al pueblo, llamándola “la canasta alimentaria de cada día” y el oro se lo cedió a la iglesia. Así, mientras pasaban los días, María seguía sin comer.
             El mensajero llegó un día,  llamó a la puerta varias veces  hasta que decidió entrar por sus propios medios. Al entrar,  encontró que María yacía en el suelo. Sin vida.
            El rey se enteró de la triste noticia al mediodía y salió corriendo al bazar a buscar al brujo. Al encontrarlo, el rey se arrodilló  y le suplicó:
            - Ya no quiero ser rico si la mujer que amo no está a mi lado
            El brujo, sorprendido, dijo:
            –Condiciones son condiciones, y usted dijo que me daría lo que sea, bueno pues fue su amor lo que exigí a cambio.




            Dicho esto, el brujo se fue y el rey tristemente regresó al palacio, lloró toda la noche hasta que por fin  se quedó dormido.
            Al despertar, a la mañana siguiente, él se encontraba en su antiguo cuarto y María estaba durmiendo a su lado. Contento, abrazó a su mujer y comprendió que el dinero no se comparaba con el amor que sentía por ella. La jaqueca del hombre pequeño, al despertar, era el síntoma de una desagradable pesadilla sufrida en esa noche. 



            A partir de entonces, sus ambiciones se moderaron y comenzó a tomar consciencia sobre su condición de sirviente. Con el tiempo comprendió que la riqueza individual no era la solución ante una monarquía, sino la unión de todos los pobres y sometidos del reino.


 Luciana Godoy- Escuela Normal - 5º4º-  -2012 © all rights reserved

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