Érase una vez una aldea de cuyo nombre no me acuerdo, en la que
apareció un forastero y anunció a los aldeanos que estaba dispuesto a pagar 10
euros por cada mono que le vendieran.
Los habitantes de la aldea, al ver que los abundaban por doquier en la
zona, se frotaron las manos ante el excelente negocio que se les presentaba y
se lanzaron al bosque a la caza de primates. El hombre adquirió miles de monos
a 10 euros la pieza y pronto empezaron a escasear la oferta. Entonces, elevó su
oferta hasta los 20 euros. Esto espoleó el interés de los aldeanos, quienes
redoblaron sus esfuerzos para capturar monos.
La presencia de nuestros parientes homínidos comenzó a escasear y
algunos se volvieron a sus granjas ante la falta de caza. El forastero
incrementó la oferta a 25 euros la pieza y la cantidad de monos disminuyó tanto
que ya apenas se veía y menos aún se cazaba alguno.
En esta tesitura, el desconocido aumentó la oferta hasta ¡50 euros por
pieza!, lo que provocó una gran revuelo en la pequeña comunidad, que ya soñaban
con un retiro dorado en la Costa del Sol en España. El forastero dejó a su ayudante
a cargo del negocio, ya que él tenía que hacer un viaje a la ciudad.
El ayudante, en ausencia del jefe, señaló a los aldeanos: “Mirad
cuántos monos hay en la jaula. Os propongo un trato lucrativo. Yo os los vendo
a 35 euros y cuando el hombre vuelva de la ciudad, vosotros podéis
revendérselos por 50 euros. ¡Un negocio redondo!
Los habitantes de la aldea sacaron todos sus ahorros y compraron todos
los monos. A partir de entonces, jamás volvieron a ver al forastero ni a su
asistente. Sólo monos por todas partes.
Ahora puedes entender mejor cómo funciona el mercado
de valores
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