Aquel hombre
lo tenía todo,
pero no dormía
bien. Su salud
era espléndida, y
aparentemente nada le perturbaba, con lo que no sabía el porqué
de su malestar mientras dormía.
Como a pesar de haber recibido una
educación superior todavía conservaba cierta inteligencia, decidió no consultar
con ningún psicólogo o psiquiatra y sentarse a reflexionar en una banqueta.
Nada le faltaba. Incluso cuando
tenía que escribir la carta a los Reyes Magos debía esforzarse para imaginar algo
que deseara y no tuviera. Aceptaba el paso del tiempo y los achaques con los
que cautelosa y paulatinamente este le iba anunciando su progresivo deterioro.
E incluso la muerte perdía poco a poco su matiz de espanto. No había razón para
no dormir bien. Así que decidió consultar a una bruja.
La bruja lo primero que hizo, como
se corresponde en nuestra época, fue sacarle los cuartos. Luego trató de explicar
algunas cosas.
- Tus molestias en el sueño sólo se
pueden deber a tres razones - le dijo -, o al desplome de la vida, o a las uvas
no cogidas, o al guisante en el colchón.
Como la bruja, tras decir estas
palabras, se empecinó en guardar silencio nuestro buen hombre, lamentando así
por bajinis el dinero que aquello le había costado, volvió a su banqueta a
reflexionar.
- No puede ser el desplome de la
vida lo que no me deja dormir - se dijo -, ya que se que todo nace, crece, y deleitosamente
o no, terminase acabando. Y tampoco creo - y esto lo tuvo que pensar más - que
sean las uvas no cogidas lo que me impide descansar en paz. Luego tiene que ser
- concluyó - ese asunto del guisante en el colchón.
A la mañana siguiente volvió a
repasar las pistas de la bruja. Metió en un saco todo aquello del
"desplome de la vida" y lo tiró con decisión a un contenedor de
basura. Se enfrentó con lo de "las uvas no cogidas" y desfiló ante él
toda una suerte de ocasiones negadas, unas mujeres deseadas con las que nunca
disfrutó, países que no visitó, conocimientos a los que no tuvo acceso, y
encrucijadas, al fin, en las que eligió un camino y no el otro. Determinó que
ese no podía ser el problema por el que no podía dormir bien y pasó a la última
insinuación de la bruja: "el guisante en el colchón".
Púsose entonces a buscar ese
guisante. Abrió su mente a los recuerdos de la infancia y recordó los olores de
cuando era pequeño.
Visitó renovado y
viejo a los
terrores de la
adolescencia y desplegó
toda su capacidad
de evocar el pasado.
Luego, un tanto
frenético, se puso
abrir aquellos cajones
clausurados en los
que guardaba simplemente cosas.
Encontró mechones de cabello, postales, reglas rotas, corchos de champán,
navajas oxidadas, mecheros de gasolina, amuletos y cartas de amor. Allí no
estaba el guisante que le impedía dormir plácidamente.
Así que se aprestó a vivir con su
mal sueño olvidando a la bruja y a sus insinuaciones. Pasaron los años, el tiempo
transcurría transformándonos a todos en algo distinto, y una mañana nuestro
personaje tomó un viejo libro de poemas salvado del contenedor de basura. Cayó
de entre sus páginas una hoja amarillenta recortada de un periódico en la que
sobre una foto sobrecogedora se leía: "cien mil personas agonizan
diariamente de hambre en el mundo por una mala distribución de los
alimentos"
Cuento original de Hans
Christian Andersen adaptado para el aprendizaje económico por David Anisi Copyright 1999 ©
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