En el año
2011 había en Argentina una gran crisis económica; comenzaba a haber una alta
tasa de desempleo y esto generaba un
descontento social.
Los
ciudadanos manifestaban su descontento por las elevadas subas de precios en los
alimentos básicos como las carnes,
verduras y frutas; y en la vestimenta. Todo aumentaba y el INDEC lo desmentía
contando en sus informes que cada persona se alimentaba con $6 diarios.
Frente a esta
situación la gente se alborotaba y la sociedad se escandalizaba. Pero Pedro; un
adolescente de quince años, viendo todo lo que sucedía día a día, le propuso a
su familia que comenzara a comprar lo menos posible en el mercado capitalista
de ese momento.
Sus padres no
lo creían posible ya que estaban muy acostumbrados a ir, comprar y tener, y le
dijeron que eso sería muy difícil.
Pedro al
principio se puso muy triste pero luego se puso a pensar y decidió demostrarles
que estaban equivocados y que si ellos querían se podía.
Esa misma
mañana, a las nueve se fue caminando hasta una empresa agroquímica que quedaba
a veinte cuadras de su casa y compró semillas de tomate y lechuga.
Cuando volvía
a su gran casa iba pensando como organizar la pequeña huerta. Se le ocurrió
poner en las dos hileras de la izquierda la lechuga y en las dos de la derecha
el tomate, iba a conectar dos mangueras así se regarían más rápido los surcos.
Llegó exhausto a la casa de la esquina pero
estaba convencido de que el mercado capitalista ya no tenía por qué robarles
más plata que apenas entró, subió corriendo las escaleras y se dirigió a su
cuarto que era la última habitación del pasillo a la derecha.
Revolvió todo
su placar hasta encontrar la ropa que podía ensuciar y que sabía que no se
arruinaría.
Después de una
media hora encontró su jogging negro y la remera blanca que siempre usaba para
trabajar; se puso unas zapatillas viejas
y se fue al patio dispuesto a crear su fructífera huerta.
Hizo los
surcos y plantó sus semillas. A la semana ya comenzaban a aparecer las primeras plantitas de lechuga y uno que
otro tomate; Pedro estaba muy contento y sus padres no lo podían creer.
Desde ese día
empezaron a confiar en él y ya no compraron verduras en ninguna verdulería del lugar. A Marisa, la
madre de Pedro se le ocurrió empezar a tejer
suéteres y pulóveres para crear una empresa familiar y así poder sustentar los
gastos que generaba la economía doméstica.
Llegó la hora
de almorzar; mientras comían, comenzaron a buscar un nombre para la empresa
familiar, previeron cuánta lana tenían que comprar, qué cosas tenían que
comprar, cuánto tiempo tardarían en tejerlos y en qué precios tenían que
venderlos para que la gente los comprara, ellos pudieran recuperar la plata
invertida y les quedara un porcentaje de ganancia.
Desde ese día
trabajaron todo el mes en el emprendimiento familiar. Marisa compró la lana y
tejía todas las noches, su esposo Juan hacía las compras y Pedro se encargaba
de pintar de color verde agua la habitación que daba a la calle Perito Moreno.
Al cabo de
dos semanas ya tenían montado el negocio
y comenzaron a hacer las distintas publicidades que iban desde las más
sencillas que eran panfletos hasta las más complejas que eran carteles en
papelería española.
El 10 de
abril se le levantaron los tres muy temprano y abrieron el negocio a las nueve de la mañana, aproximadamente.
Luego de una hora
los clientes comenzaron a llegar. El primer día fueron pocos pero con el pasar
de los días el negocio se fue llenando.
A la semana,
durante la cena, comenzaron a sacar cuentas y ver cómo les había ido con la recaudación del dinero.
Se dieron
cuenta que el pequeño negocio había sido fructífero y que era un muy buen
emprendimiento familiar. Además, los había unido mucho como familia.
Marisa y Juan
le agradecieron a Pedro por no rendirse a pesar de los obstáculos que se fueron
presentando, entre ellos, su desconfianza hacia él. La perseverancia de Pedro y
la capacidad de la familia para trabajar como un equipo de trabajo fueron
esenciales en este logro.
Mariel Amaya 5º4º- Escuela Normal Tomás Godoy Cruz -2012 © all rights reserved
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